Evelyn Campos y Berman Ribera no se conocen. Ella vive en Chile y él, en Bolivia. No son contemporáneos ni comparten la misma profesión. Pero tienen un hilo común: más se tardaron en salir las leyes que los autorizaban a retirar parte de sus ahorros pensionales para paliar los efectos de la pandemia que ellos en llenar los documentos y recibir el dinero.
Lo mismo sucedió en Perú, el otro país suramericano que autorizó retiros parciales del ahorro individual para la vejez para sortear las calamidades derivadas del cierre de la economía y la pérdida de ingresos.
Walter Morales, doctor en Economía y excodirector del Banco Central de Bolivia, no duda en afirmar que “estas medidas populistas son pan para hoy, y hambre para mañana. Es un asunto de cálculo político. Los pensionistas no van a hacer mucha convulsión social. Los que sí la hacen son los más jóvenes. Cuando lleguemos a la edad del retiro, si somos vulnerables, no saldremos a quemar llantas. Nos vamos a quedar ahí. Seremos cargas para nuestras familias. Los políticos que enfrentarán el problema van a ser otros, no los que aprobaron las medidas hoy”, dijo a Connectas.
A su juicio, para entender el significado de la medida es necesario pensar que el ahorro de los trabajadores en fondos de pensiones representa entre el 30 y el 50 por ciento de su producto interno bruto (PIB).
Cuando se aprobó un único retiro en Bolivia, se calculó que saldrían 600 millones de dólares de los fondos, pero solo lo hicieron 153 millones, que equivalen al 0,7 por ciento del total acumulado. “En términos cuantitativos es mínimo, pero en la casuística, en lo individual, hubo personas que retiraron hasta el 100 por ciento de sus aportes. Lo que preocupa no es la cuantía, sino el antecedente nefasto porque el día de mañana ante otra necesidad se va a decir ‘volvamos a retirar’. Se ha abierto una caja de Pandora y va a ser muy difícil cerrarla”.
En Perú se autorizaron cinco retiros. David Tuesta, doctor en Economía y exministro de Economía y Finanzas, dice que entre 2020 y 2021 salieron de las AFP unos 18.000 millones de dólares, lo que significó más de ocho puntos del PIB. Desde el punto de vista individual también hay una merma. “Antes, la tasa de reemplazo (cálculo del porcentaje que alcanzará la pensión según el último sueldo) era de 50 por ciento. El estimado es que se han perdido más o menos 30 puntos. Si ganaba 100, recibía 50. Ahora bajó a 20”.
El doctor Morales destaca que las reformas pensionales de los años noventa que originaron los sistemas privados de ahorro individual iban en la dirección correcta, pues alejaron su manejo de las manos de los políticos y lo hicieron con normas específicas. Pero, dice, el mayor error fue mezclar con las demandas inmediatas causadas por la pandemia, con las fallas estructurales del sistema pensional privado (como la baja mesada para muchos afiliados y la también baja rentabilidad de los ahorros) que, sin duda, hay que corregir.
Millones de personas aprovecharon las circunstancias, aunque no siempre sus necesidades eran inmediatas. Evelyn y Berman son las dos caras de esa moneda.
Ella y su esposo, ambos periodistas, mantuvieron sus empleos en Antofagasta y no padecieron apuros económicos, pero vieron la oportunidad de comprar su primer automóvil y de hacer una obra en su vivienda, dos gastos postergados por falta de liquidez.
En contraste, en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra, Berman, ingeniero comercial, perdió el empleo y usó el efectivo para pagar la tarjeta de crédito y otras cuentas de su manutención, así como para sufragar una mudanza de casa.
El chileno Dusan Paredes, doctor en Economía y profesor titular del Departamento de Economía de la Universidad Católica del Norte, complementa la visión de Morales: así como hay bienes y servicios que pueden transarse según la oferta y la demanda (un teléfono celular o unas gafas, por ejemplo), hay otros (como las pensiones) que no pueden ofrecerse sin que todos hagamos el esfuerzo al mismo tiempo. “En el primer caso, la decisión es personal, pero en el segundo todos necesitamos comprometernos con su consumo, debe haber una demanda global”.
Por eso, concluyó en conversación con ‘Connectas’ que “no podemos administrar las pensiones como un bien privado y ese es el aspecto más importante del problema. Mucha gente dice ‘este es mi dinero y como es mío lo puedo ocupar como se me ocurra; si quiero sacarlo, puedo hacerlo’. Esa es una falta de reconocimiento al contrato que firmamos como sociedad”.
Los congresistas también fallaron en su mínima responsabilidad de analizar los costos-beneficios de esta medida. Como opina David Tuesta: “Todo el mundo querría el dinero y siempre habrá una justificación de corto plazo”.
El doctor Paredes amplía esta perspectiva al decir que cuando llegó la pandemia muchos Estados latinoamericanos sabían dónde está la población extremadamente pobre, pero desconocían dónde está la clase media, que es sumamente vulnerable. “En Chile, al querer ayudar, el Estado se percató de que no tenía ningún instrumento para saber dónde estaban esas personas (pueden ser el 60 o el 70 por ciento de la población) y comenzó a titubear. El Estado falló porque incumplió su función de ser amortiguador”.
“Los fondos calculan que uno va a vivir como Matusalén, que va a llegar a los 105 años” –dice Berman–. “La pensión es bajísima. Salen 300 o 400 dólares y hay que buscar otra alternativa para la jubilación”. Eso sí, se propone devolver a su cuenta individual de la AFP los 2.000 dólares que retiró. Si no lo hace, no recibirá una suma adicional que da el Gobierno para completar la mesada y que puede llegar hasta los 100 dólares.
A su turno, Evelyn sostiene que la incertidumbre sobre el futuro del sistema pensional es grande. Eso explica sus tres retiros, cada uno de hasta el 10 por ciento del total del ahorro. A diferencia de los ahorradores bolivianos, los chilenos no están obligados a reponer el dinero en sus cuentas. Simplemente lo restaron de su ahorro.
En Perú desde 2016 se autorizó sacar hasta el 95,5 por ciento del ahorro con el cumplimiento de varios requisitos. Al analizar el caso en 2020, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señaló que las razones más importantes para elegir el retiro eran la necesidad de liquidez y la sensación de los afiliados de que podían tomar mejores decisiones financieras. El documento, sin embargo, alertó que puede haber un optimismo sobrevalorado acerca de esas capacidades.
Entre los ahorradores que decidieron invertir en otros papeles está el papá de Evelyn, un profesor que espera que terminen los trámites burocráticos para obtener su pensión. “Desde que comenzó la pandemia, perdió cerca del 10 por ciento de su ahorro pensional porque aquí, cuando las personas están próximas a jubilarse, esos dineros solo pueden invertirse en portafolios conservadores, que fueron los más afectados”, relata.
Por esa razón, él le pidió ayuda para hacer los dos retiros que no fueron gravados con impuestos (el segundo exigía el pago de IVA) e invirtió ese dinero en la misma AFP, pero en un portafolio distinto.
Con los retiros, las finanzas de los Estados se resienten. El exministro David Tuesta afirma que los fondos privados invierten en el mercado de capitales, financian el funcionamiento de las empresas y traen prosperidad económica. “Todo eso tiene un efecto de capacidad de crecer –apunta–. Para el caso peruano, ese impacto está calculado en 0,5 puntos porcentuales por año. Es decir, el 0,5 del crecimiento anual en las últimas tres décadas ha sido producto del ahorro de los fondos de pensiones. Pero ahora las calificadoras de riesgo anunciaron una probable baja en la calificación. Se está desmembrando la gallina de los huevos de oro que daba la posibilidad de pagar deudas a futuro, que generaba más ingreso; ahora la capan porque van a quitarle dos tercios”.
Para Dusan Paredes, los retiros “le inyectaron una cantidad tremenda de dinero circulante a la economía y crearon la tormenta perfecta: poca oferta y muchísima demanda, lo que ha incrementado la inflación. Para impedir que la gente adquiera más bienes y servicios, el Banco Central sube las tasas de interés. Hace algunos años uno podía adquirir una casa a una tasa de interés del 1,5 o del 2 por ciento, hoy bordean el 7 por ciento –asegura–. Pasarán 10, 15 años en los que veremos una generación de chilenos sin casa. Antes todo joven se compraba un departamento a los 25 o 30 años; esas decisiones se postergarán hasta los 40 o los 45. Obviamente, se incrementará la demanda de arriendos, los precios subirán y se intensificará el problema inflacionario”.
Tuesta anota otro efecto que no se ve en este momento: el intergeneracional. Los hijos y los nietos terminarán pagando una parte del costo de que los mayores se hayan quedado sin pensión o se haya reducido la mesada. Como la esperanza de vida ha aumentado, invertirán más en mantener a sus padres y abuelos y menos en la educación de niños y jóvenes.
El economista y periodista peruano Eduardo Recoba sostiene que entre 2,5 y 3 millones de cotizantes se acogieron a planes de retiro anticipado, muchos de los cuales eran jóvenes de entre 35 y 40 años y se quedaron sin pensión. Sin embargo, asegura que la situación puede revertirse con reformas de corto plazo a los regímenes privado y público. Así se podrá gestionar más técnicamente el portafolio de pensiones, de modo que no haya que recurrir a la caja del Estado para completar los faltantes, sino que el sistema será autosostenible. A largo plazo, dice, es necesario combatir la pobreza, la informalidad (supera el 70 por ciento) y la precariedad laboral.
Walter Morales añade tres consecuencias. La primera es que los retiros individuales afectan a todos los cotizantes porque a menores recursos manejados por las AFP, menores serán la rentabilidad y el reparto. La segunda es que, al bajar la pensión, los jubilados pueden perder beneficios adicionales. La tercera es el riesgo moral consistente en que se desincentive el trabajo formal porque las personas prefieran no pagar los aportes. “Eso es malo no solo para las administradoras, sino para el país porque crecerá la población en pobreza o miseria”, sostiene.
Ni Evelyn y su familia ni Berman se arrepienten de lo hecho. Ante la perspectiva de obtener una pensión muy baja, ya están pensando en opciones. Él tiene 47 años y una hija de 10. No ha decidido en qué quiere invertir para completar su mesada, pero considera alternativas como un seguro de vida. Ella tiene claro que el ideal es retirarse antes de cumplir los requisitos de ley. “Mi marido y yo analizamos posibilidades de hacer una inversión que nos compense el hueco que claramente va a existir en nuestra pensión, como comprar un terreno. Ya tenemos dos casas. Son inversiones que nos ayudarán a ir amortiguando la merma. En nuestra decisión de hacer los retiros pesó el hecho de no saber qué pasará en el futuro. Mejor tenerlo ahora”.