Uno de los soportes que ha mostrado el crecimiento económico peruano del año pasado han sido los vientos de cola derivados de la dinámica global. Ello ha propiciado una mayor demanda y mejores precios de nuestras materias primas. Como lo anticipara en un artículo de marzo del 2021, para el caso particular del cobre, hay soportes estructurales que permitirán que su cotización se mantenga altos por un período prolongado.
Siendo lo anterior cierto, lo que si se prevé es un escenario internacional algo menos cómodo a partir de este 2022 debido a que los países requieren enfrentar enormes desequilibrios financieros y del sector real. Uno de los problemas que más preocupa es la presión generada sobre los sistemas de precios. Imbuidos todo el 2021 en intensas discusiones respecto a la temporalidad o no de la alta inflación mundial, así como de sus causas, los hacedores de política vienen actuando con mayor decisión en el retiro de los estímulos fiscales y monetarios desplegados en el contexto de pandemia. La Reserva Federal de los Estados Unidos, el principal referente en el orbe, ha decidido finalmente dejar claro a los mercados que empezará a incrementar sus tasas de interés hacia marzo. Los recientes datos publicados a finales de la semana muestran, por ejemplo, la presión creciente de los salarios sobre los costos de las empresas. Las voces -aunque no mayoritarias- para que el incremento de tasas sea incluso más rápido y empinado adquieren cada vez más volumen. En este contexto, se espera que la economía norteamericana crezca en torno al 3,8% el 2022 y se vaya convergiendo a niveles del 2,0% el 2023.
China ha sido desde hace varias décadas, un pilar clave para el crecimiento de las economías emergentes. A medida que la economía China ha ido alcanzando mayor madurez, y los desequilibrios en sus mercados financieros se hacían más evidentes, su ritmo de expansión ha ido convergiendo hacia menores niveles. Sin embargo, su sector inmobiliario se mantuvo bajo sospecha. Las leyes que se vinieron dando para transparentar su contabilidad y controlar un crecimiento desbocado del sector, plantearon siempre serias incertidumbres respecto a la probabilidad de ajustes desordenados con ramificaciones sistémicas. Meses atrás comentaba en otro artículo lo que podría significar para el mundo la crisis de Evergrande. Si bien hasta hoy sus efectos han estado contenidos, esto no ha sido óbice para mantener a los mercados alertas y golpear las perspectivas de crecimiento económico que se tienen sobre el gigante asiático, que hoy las ubicamos entre el 5,0%-4,5% para el 2022 y 2023.
Luego de dos años de Covid19, parece observarse una “luz al final del túnel”. En un escenario en el que la variante Ómicron ha extendido su rápida huella de contagios sin apretar dramáticamente las hospitalizaciones, los países que entraron primero a esta nueva ola de infecciones con un alto porcentaje de su población vacunada ya manifiestan una remisión de los impactos. Se aprecia también que las políticas de restricción a la movilidad son más sensibles a no dañar la actividad económica, luego de haberse valorado aquellas medidas que funcionan, y las que no. Adicionalmente, la comunidad científica viene discutiendo intensamente si estamos próximos a entrar a una situación endémica mientras, en paralelo, varios gobiernos empiezan a promover que la Covid19 sea abordada como otras enfermedades. Incluso el optimismo se extiende cuando vemos que se fortalecen los tratamientos específicos para enfrentar las infecciones gracias a nuevos fármacos desarrollados. La incertidumbre pandémica sin duda va disipándose.
Todo lo anterior configura un escenario global que se desacelera pero manteniendo todavía niveles de crecimiento económico capaces de extender los vientos de cola por un par de años más, particularmente para el Perú. Se anticipa incrementos del PBI mundial en torno al 4,5% y 3,5%, para el 2022 y 2023, respectivamente. Si a ello le sumamos un probable escenario de cotizaciones internacionales que se mantendrá en niveles altos, gracias a factores estructurales provenientes de una mayor demanda de la “manufactura verde”, podríamos esperar un “bono de crecimiento global” a favor del PBI peruano en tono al 0,7 y 1,0 puntos porcentuales. Esto es una “ayudita” importante que este gobierno debiera aprovechar impulsando políticas que mejoren la competitividad mientras se olvida de esos dogmas caducos que nos distraen absurdamente. Que el Perú crezca por debajo del 4,0% en este contexto sería realmente decepcionante.